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Jamie Miller y la Delincuencia Juvenil
Reflexiones Educativo Pastorales a partir Caliman (2008) y la Serie Adolescencia (2025) de Netflix.

 

Abstract

Este ensayo se aproxima al fenómeno delincuencia juvenil a través de la serie Adolescencia (Netflix, 2025), que narra el caso de Jamie Miller, un adolescente detenido por asesinato, utilizando los cinco paradigmas de exclusión social de Caliman (2008): funcionalista (anomia), cultural (subculturas opuestas), social (desorganización relacional), factorialista (cúmulo de riesgos) y constructivista (etiquetamiento). La reflexión refleja cómo factores estructurales, culturales y personales, como la radicalización en la "manosfera" y la desconexión familiar, convergen en la violencia juvenil. Se integra Christus Vivit (Francisco, 2019) para proponer comunidades educativas y una pastoral juvenil transformadora: comunidades que den sentido frente a la anomia, culturas de cohesión social contra las violentas, redes de apoyo en entornos desorganizados, prevención ante riesgos y espacios de restauración para superar estigmas. La reflexión conecta el análisis teórico con propuestas prácticas, subrayando la urgencia de acompañar a jóvenes en contextos fracturados con la pedagogía de la bondad expresada en el Sistema Preventivo de Don Bosco.

Palabras clave: delincuencia juvenil, adolescencia, pastoral juvenil, exclusión social, Sistema Preventivo.


I. Contexto

La serie Adolescencia, estrenada en Netflix el 13 de marzo de 2025, irrumpe con una redada policial que desconcierta al espectador hasta revelar su motivo: Jamie Miller, un adolescente de 13 años, es detenido en su hogar por apuñalar mortalmente a una compañera de escuela. Creada por Jack Thorne y Stephen Graham —quien interpreta a Eddie, el padre de Jamie—, y dirigida por Philip Barantini, la narrativa culmina cuando Jamie, en una llamada a su padre el día de su cumpleaños, le confiesa  que se declarará “culpable”  (Rodríguez, 2025). Este relato ficticio refleja cómo factores sociales, culturales y estructurales, junto a decisiones personales, convierten a los jóvenes en agentes de violencia, un fenómeno que Caliman (2008) analiza en el libro Paradigmas da exclusão social. Stephen Graham (2025), motivado por entender “qué está pasando en la sociedad” tras leer sobre chicos que apuñalan a chicas nos presenta en esta serie una trama fallida de relaciones en los diversos “sistemas” del desarrollo humano de Jamie. Este contexto ficticio, que refleja situaciones reales, subraya la urgencia de conversar, dialogar y de proponer diversas alternativas de salida a este problema social. Esta reflexión, desde una perspectiva socio-educativo-pastoral, pretende contribuir al diálogo y suscitar respuestas concretas de acompañamiento educativo. 

 

II. Encuadre teórico

Caliman (2008) señala que la delincuencia juvenil es un fenómeno multicausal, que no se puede  reducir a un acto aislado. Por ello, propone cinco paradigmas que permiten atisbar las complejas relaciones sociales que emergen al buscar las causas de la delincuencia. El primer paradigma que aborda es el funcionalista. Este, basado en Durkheim y Merton, sugiere que la anomia —la ruptura entre metas culturales y medios legítimos— empuja a los jóvenes a conductas desviadas. En Adolescencia, Jamie pertenece a una familia trabajadora; su madre trabaja en las labores domésticas y es presentada como la persona adulta que es punto de referencia en el hogar.  En cambio, Eddie, su padre, es un plomero que “se levanta a las seis y vuelve a las ocho” (Graham, 2025), sostiene a la familia, pero sostiene un vacío relacional con su hijo y con la familia en general. Thorne destaca que Jamie se radicaliza en la "manosfera[2]", un submundo digital donde influencers misóginos ofrecen poder a cambio de violencia hacia las mujeres (Thorne, 2025). Caliman (2008) argumenta que esta desconexión estructural surge cuando la sociedad falla en integrar a los jóvenes al entramado mismo de una sociedad que se establece por medio de normas, funciones, derechos y deberes del sujeto, entre otras cosas.  Nos podemos preguntar, por ejemplo: ¿Qué fallas tiene nuestra estructura organizativa (familia, comunidad, escuela, parroquia…) para integrar a los jóvenes a la sociedad? ¿Qué experiencias de éxito social se presentan a los jóvenes? ¿Qué frustraciones o búsqueda de medios provocan esas experiencias de éxito?  ¿Cómo ayudamos a discernir sobre esas experiencias?


Desde otra perspectiva, podemos analizar que en la serie también se hace presente el paradigma cultural. Influido por Cohen, este corpus doctrinal, plantea que la delincuencia se aprende en grupos que legitiman normas opuestas a las que son, socialmente, dominantes (Caliman 2008); es decir, hay una cultura de la violencia o de la dominación que es justificada por grupos para imponerse sobre otra. En Adolescencia, la "Manosfera" es el aula de aprendizaje de Jamie, donde la violencia se celebra como respuesta al rechazo femenino. Graham, uno de los creadores de la serie, reconoce que necesitó la investigación de Thorne: “Jack trajo toda esa lógica de la radicalización online” (Graham, 2025) para comprender este tipo de cultura violenta que se masifica y consigue adeptos a través de las redes digitales. En la serie podemos ver, por ejemplo, que el acto criminal de Jamie fue premeditado, moldeado por meses de exposición a estas ideas (Rodríguez, 2025); esto queda de manifiesto en el extenso diálogo que Jamie entabla con la psicóloga Briony a quien, desde una lógica de superioridad, el adolescente intenta amedrentar. Caliman (2008) sostiene además, que sujetos jóvenes adoptan estos códigos al ser marginados o excluidos de un entorno social que para ellos resulta ser significativo. Preguntémonos: ¿Qué paradigmas culturales que  conllevan procesos de dominación, entre unas y otras personas, están presentes en nuestros contextos sociales y educativos? ¿En qué hemos notado una influencia negativa, ya sea del contenido de las redes sociales o del mundo digital, en el comportamiento adolescente?


Bajo un prisma diferente, el paradigma social vincula la delincuencia a entornos desorganizados donde la falta de cohesión, la desintegración comunitaria y la ausencia de control social facilita conductas desviadas (Caliman, 2008). Los Miller no representan un grupo marginal, pero tienen fracturas a la hora de analizar su cohesión y control social. Por ejemplo, Eddie y Manda, atrapados en sus rutinas, no supervisan el consumo digital de su hijo (Rodríguez, 2025). Esto, junto a la falta de cohesión familiar entre padres e hijos, un estilo relacional centrado en el trabajo, una ingenua mirada sobre lo que hacen los hijos y una deficiente educación normativa para la vida social, aportan elementos necesarios para una “tormenta delictual perfecta”. Graham insiste en no culparlos al señalar que esto puede pasarle a cualquiera” (Graham, 2025). Por su parte, Eddie y Manda, en una especie de discernimiento sobre sus responsabilidades, evidencian una tensión entre experimentar culpa y liberarse de esta al presentar, en el diálogo final de la serie, argumentos a favor y en contra de su responsabilidad parental. Caliman (2008) explica que esta desorganización social y relacional expone a los jóvenes a influencias externas que terminan siendo más determinantes que los precarios vínculos relacionales y normativos que se han construido. ¿Qué tipos de relaciones o de apegos se potencian al interior de las familias, de las escuelas o en los centros educativos? ¿Cómo se acompaña a la sana autonomía, al respeto de las personas y la construcción del bien común en estos ambientes y entornos relacionales?


Desde otra óptica, el paradigma factorialista, ve la delincuencia como un cúmulo de riesgos que se potencian: desestructuración familiar, influencias negativas y vulnerabilidad social, entre otras cosas (Caliman, 2008). En Jamie convergen, entre otras cosas, la distancia emocional de Eddie, la falta de supervisión, una cultura digital machista, el bullying y su inmersión en la propaganda “incel[3]” —célibes involuntarios— (Rodríguez, 2025). Caliman (2008) señala que estos factores transforman a los jóvenes en víctimas de un sistema y victimarios de este de forma simultánea. Nos podemos preguntar: ¿Qué factores de riesgo encontramos o logramos detectar en nuestros ambientes frecuentados por jóvenes? ¿Qué "sistemas" van transformado a las y los jóvenes en víctimas y agresores?


Por último, el paradigma constructivista, inspirado en Becker, sostiene que la delincuencia se refuerza cuando la sociedad impone etiquetas que fijan una identidad desviada, generando una profecía autocumplida. En Adolescencia, Jamie es definido por el video incriminatorio desde su arresto; su confesión como “culpable” consolida esa etiqueta (Rodríguez, 2025) y establece un punto sin retorno: será delincuente y un asesino siempre; no tendrá posibilidad de reinserción. ¿Qué etiquetas adultocéntricas son frecuentes con respecto a jóvenes en nuestros ambientes? ¿Qué construcción social estamos haciendo de las juventudes en el mundo educativo-pastoral, familiar o social?


Graham, uno de los autores, espera que la serie sea “el inicio de una conversación” (Graham, 2025) que logre abordar diversos factores que evidencia la serie en torno a la violencia. Nosotros, nos sumamos a esta conversación  desde una perspectiva educativa. 


A continuación, presentamos una síntesis de estos paradigmas: 



III. Desafíos educativos

La delincuencia juvenil, como la encarna Jamie en la serie y la explica Caliman (2008), evidencia sistemas fracturados (pensemos, por ejemplo, en las escuelas, en los desafíos que plantea la convivencia escolar al interior de ellas, entre los apoderados o con los mismos funcionarios) en los que el respeto hacia cada persona se difuso. Esta pérdida del reconocimiento de la dignidad humana y de proyectos para el bien común, deja a los jóvenes sin un marco de referencia ético y comunitario, enfrentándolos a un vacío de buen trato relacional  que subculturas, como la "manosfera", llenan con promesas de poder y dominación (Thorne, 2025).  


El aumento del individualismo y la proliferación de grupos que, por el camino de la violencia, buscan reivindicar aquello que les parece verdadero, incluso a costa del sufrimiento de personas, supone un desafío y genera un espacio para educar en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, en el establecimiento del diálogo y en la necesidad de buscar acuerdos transversales para el bien común. Necesitamos, por tanto, desarrollar desde la pedagogía de la bondad que ofrece el Sistema Preventivo de Don Bosco, una mirada educativa que podemos llamar “sinóptica”. La mirada educativa sinóptica la podemos definir como una propuesta pedagógica de “ojos abiertos” que busca adentrarse en la experiencia relacional (familia, escuela, trabajo, redes sociales, grupos, cursos…) de manera integradora y reflexiva. Esta mirada requiere ampliar, en colaboración con otras personas, el enfoque analítico y educativo hacia diversos saberes y disciplinas, explorando dimensiones sociales, culturales, emocionales y espirituales. Se trata de cultivar una visión que acompañe la complejidad de las experiencias y relaciones humanas en sus múltiples sistemas de interconexión, reconociendo que la sociedad misma "es relación" (Donati, 2021, p. 5) y que lo que sucede en un “sistema” afecta de alguna u otra forma al otro.


En esencia, la mirada educativa sinóptica se caracteriza por su capacidad de agudizar la reflexividad para captar, en la amplitud del fenómeno observado, los puntos que demandan atención urgente para un acompañamiento educativo-pastoral contextualizado y pertinente. Este proceso surge del discernimiento comunitario entre quienes observan la realidad —incluyendo las realidades juveniles— junto a educadores y jóvenes que, a su vez, aprenden a desarrollar esta visión sinóptica. Por su naturaleza relacional, exige flexibilidad, disposición al trabajo en equipo, valoración de la alteridad y un ejercicio de discernimiento comunitario que nos hace salir de los propios convencionalismos hacia la construcción de un nosotros que atisba, imagina y construye un proyecto de bien común.  


En contraste, la mirada panóptica representa lo opuesto: una perspectiva vigilante, fragmentada y controladora, centrada en supervisar desde una lógica unidireccional que no logra captar la riqueza ni la complejidad de las dinámicas sociales o las búsquedas existenciales juveniles. Mientras la mirada panóptica reduce la realidad a lo observable desde un único punto e incluso desde un único observador, la mirada sinóptica, realizada en colaboración con otros, incluyendo a los jóvenes, permite comprender el contexto sociocultural en el que están inmersas las juventudes, superando la miopía moderna que ignora lo que sucede entre las personas para concentrarse en datos estadísticos o cualitativos que no integran lo relacional. Por ejemplo, en el acto de educar, junto con atender el resultado sobré qué es lo que se educa y quién se educa, es importante atender y comprender lo que sucede entre el educador y el educando, lo que sucede en los vínculos (Donati, 2021).


Dentro de esta mirada sinóptica emergen dos dimensiones que son clave a la hora de una propuesta pedagógica en contexto: la digital y la relacional. La dimensión digital evidencia la necesidad de aproximarse a la cultura del mundo digital, a las redes sociales y a las conexiones virtuales con un enfoque que permita descubrir sus fortalezas, peligros y desafíos. Se trata de discernir el mundo tecnológico desde la dignidad humana y la búsqueda del bien común y, evitando demonizar a priori la cultura digital y sus medios. A su vez, la dimensión relacional subraya la necesidad de tener “ojos abiertos compartidos” que no sean miopes ni unidireccionales, capaces de otear el horizonte para prevenir riesgos y promover acciones educativas. Esta dimensión relacional, por su parte, no deja de lado lo que sucede entre las personas, entre los vínculos de quienes observan la realidad. Se presenta así, en esta dimensión, el desarrollo de una ética relacional que asegure el respeto y el cuidado de las personas. Una ética relacional que pone en el centro a la persona y sus circunstancias, que postula una apertura a la alteridad hasta el encuentro de subjetividades que son capaces de construir un “nosotros relacional”, una comunidad, un proyecto común que busque el bien social.


Bajo esta “mirada educativa sinóptica”, es posible ofrecer alternativas a esas culturas ególatras, narcisas y violentas que se “venden como pan caliente” ante una audiencia que, muchas veces, suele tener hambre de reconocimiento. Pensemos, por ejemplo, en la crítica del Papa Francisco a la “cultura del descarte y de la indiferencia” (2025) que va marginado a personas y al ecosistema para ir dejando comunidades heridas en el mundo. Por ello, la propuesta de una “cultura del encuentro” con sus dimensiones relacionales (las personas, el mundo, Dios y uno mismo) es esa corriente alternativa y cristiana a culturas que transforman en objeto a las personas.


Lo anterior, llevado ahora a una lógica del desarrollo de competencias, nos plantea el desafío de generar ciertos “saberes” que integren, entre otras cosas, conocimientos, habilidades y destrezas.  Por ejemplo, el saber conocer que implica la adquisición y comprensión de conocimientos, en la cultura del encuentro, se expresa en una educación en la que las y los jóvenes son alentados a explorar y compartir sus conocimientos con otras personas, enriqueciendo su comprensión del mundo. Aprenden que la dignidad de la persona humana supone el respeto por cada cual, por su diversidad, por su identidad. Comprenden que todas las personas, por el sólo hecho de ser personas, merecen el mismo respeto y que no existen personas que merezcan un mayor reconocimiento que otras porque todas tienen el mismo valor humano.


En la cultura del encuentro, el saber hacer se refiere a la capacidad de aplicar los conocimientos y las habilidades en la práctica. Por ello, el fomento de un proceso de enseñanza-aprendizaje en el que se incentiva el trabajo en equipo para que las y los jóvenes aprenden a colaborar y trabajar en grupo para alcanzar objetivos comunes es un desafío constante. La experiencia de estar y trabajar junto a otras personas no solo mejora las habilidades técnicas, sino que también fortalece la capacidad resolver problemas de forma colaborativa. En esta línea, iniciativas como el “aprendizaje-servicio” ayudan a tomar conciencia de que crecemos y nos formamos junto a la experiencia de los demás y que cada persona puede aportar desde su realidad a la construcción del conocimiento, de la vida comunitaria y del bien común.


En cuanto al saber ser en la cultura del encuentro, la educación debe ayudar a que el desarrollo personal, emocional y espiritual de las y los jóvenes pueda orientarse hacia una sana autonomía que se conecta con la vida de los demás. Esto conlleva, en primer lugar, construir todo un proceso de formación en que las persona puedan experimentarse bien consigo mismas. En este sentido, las y los jóvenes, por su etapa de desarrollo, necesitan fortalecer su autoestima, la aceptación de sí mismos y la aceptación de los demás. En este mismo punto, es necesario advertir, por ejemplo, en todos los estereotipos, caricaturas e incluso modelos de vida que se suelen construir para tensionar a jóvenes a modelos de vida, muchas veces inalcanzables o temerariamente inhumanos.


Otro aspecto en esta cultura del encuentro, es el educar en el saber convivir. Este saber se enfoca en la capacidad de interactuar y relacionarse de manera armoniosa con los demás. En la cultura del encuentro, tenemos el desafío de promover que las y los jóvenes y también educadores, aprendamos a vivir en sociedad respetando las diferencias y promoviendo la inclusión. En una sociedad, cada vez más plural y multiétnica, es de suma importancia el generar procesos para la valoración de la diversidad de las culturas y estrategias para fomentar la hermandad social. Bajo esta lógica, el desarrollo de técnicas y estrategias que ayuden a capacitar para una sana resolución de los conflictos, que ayude a fomentar el buen trato, que permita detectar formas de violencia y de manipulación, y a proponer caminos para llegar al fruto de la paz, son de suma urgencia para contrarrestar culturas que promueven violencias.


Hacemos mención, también, que en la cultura del encuentro es necesario formar al saber prevenir. Esto, llevado a los niveles de prevención primaria, secundaria y terciaria clásicos, tiene como objetivo el fomentar el conocimiento sobre las acciones de riesgo y de violencia a las que podemos estar propensos o sometidos en los medios sociales, digitales y en las culturas actuales. Prevención secundaria nos debe llevar a detectar con mirada educativa espacios, lugares o situaciones que son un factor de riesgo para el pleno desarrollo de las personas. Y, la prevención terciara en la que debemos acompañar desde distintas especialidades a quiénes han sufrido situaciones que han estado contra su dignidad humana.


Pensemos en tantos Jamie y en tantas Katie que, en distintos escenarios, se encuentran heridos o en situaciones en las que no hay un referente responsable y ético que les ayude a discernir lo que están viviendo. ¿Qué saberes se hacen necesarios en nuestras obras educativas para hacer frente a movimientos culturales que atentan contra la dignidad de las personas? ¿Cómo podemos promover una cultura del encuentro?

 

El sistema preventivo de Don Bosco, que en términos fundamentales es una experiencia espiritual y pedagógica (Peresson, 2010), nos impulsa a generar espacios, iniciativas o actividades en donde, las y los jóvenes, puedan encontrar un espacio seguro, nutritivo y estimulante para desarrollar lo mejor de su ser persona relacional para recibir y salir al encuentro de otras personas.

 

La delincuencia juvenil, como ilustra el caso de Jamie Miller en la serie de Netflix (2025) Adolescencia, revela fracturas sociales (por ejemplo entre las personas y su contexto familiar, entre este y la escuela, entre estos y la cultura digital… ) que exigen una respuesta integral y comprometida. Los paradigmas de Caliman (2008) desentrañan las fuentes multicausales de la violencia juvenil —anomia, subculturas, desorganización, riesgos y etiquetas—, evidenciando que, aunque hay decisiones personales, no se trata siempre de fallas individuales, sino más bien de sistemas relacionales quebrados. Frente a esto, el Sistema Preventivo de Don Bosco ofrece un camino de esperanza: comunidades educativas que, al fomentar una “cultura del encuentro”, integren a los jóvenes, acompañen sus búsquedas y prevengan situaciones de exclusión social. En esta misma línea, el Documento Final del Sínodo (2024) nos dice que “la comunidad expresa su capacidad de educar en el discipulado y de acompañar en el testimonio, en un encuentro que a menudo reúne a personas de distintas generaciones, desde los más jóvenes hasta los ancianos. En la Iglesia nadie es mero destinatario de la formación: todos somos sujetos activos y tenemos algo que donar a los demás” (n. 144 ).  Por ello, “mirada educativa sinóptica”, con sus dimensiones digital y relacional, se erige como una herramienta clave para este propósito, proponiendo cultivar saberes que promuevan el encuentro y el bien común. Esta mirada nos invita a discernir el mundo tecnológico sin prejuicios, a fortalecer vínculos significativos y a superar las respuestas inmediatistas que obnubilan a la juventud. Por tanto, es posible hacer frente culturas como la del descarte, la violencia o la “manosfera”, entre otras,  con una ética relacional que valora la alteridad y construye comunidad. Educar desde esta perspectiva no solo previene la delincuencia, sino que siembra semillas de transformación social. En definitiva, respondemos al desafío con una pedagogía de la bondad que, enraizada en la experiencia de Don Bosco, transforma vidas y renueva contextos fracturados, ofreciendo a jóvenes un horizonte de sentido y pertenencia (Peresson, 2010).


P. Erick Oñate Jorquera, SDB[1]



Notas 

[1] Dr. Ciencias Sociales. Coordinador del Instituto de Pastoral Juvenil UCSH.

[2] La "Manosfera" se refiere a una red de comunidades en línea que promueven ideologías centradas en la masculinidad, a menudo desde una perspectiva de resentimiento hacia las mujeres y el feminismo, y que sirven como caldo de cultivo para subculturas como los Incels. Según Van Brunt y Taylor (2021), este fenómeno se ve facilitado por la expansión digital: "The expansion of the internet and discussion boards has given this concept more potential to spread and infest young minds than during previous decades" (p. 5) ("La expansión de internet y los foros de discusión ha dado a este concepto más potencial para propagarse e infestar las mentes jóvenes que en décadas anteriores"). En este contexto, los autores describen cómo plataformas y foros en línea permiten la difusión de ideas misóginas y antifeministas, las cuales son adoptadas por individuos como los Incels, quienes forman parte de este ecosistema más amplio (Van Brunt & Taylor, 2021, p. 40). Así, la Manosfera engloba a diversos grupos que comparten una visión de la supremacía masculina y el rechazo a las normas sociales contemporáneas sobre igualdad de género, amplificando su influencia a través de la conectividad digital.

[3] Cfr. Van Brunt, B., & Taylor, C. (2021). Understanding and treating incels. Routledge. Hombres que creen que factores genéticos predeterminados dictan la atracción femenina, generando frustración y, en casos extremos, violencia. Van Brunt y Taylor (2021) explican: "The involuntarily celibate (incel) philosophy is one where males believe the genetic, biological factors [...] are pre-determined and are the main factor dictating what women find attractive in men" (p. 3) ("La filosofía del celibato involuntario (incel) es aquella en la que los hombres creen que los factores genéticos y biológicos [...] están predeterminados y son el factor principal que dicta lo que las mujeres encuentran atractivo en los hombres"). En Adolescencia, Jamie se radicaliza en esta ideología, influenciado por la "Manosfera" (Thorne, 2025).

 

Referencias