De las puertas cerradas,
a una comunidad resucitada en salida:
Perspectivas de camino para la UCSH
a una comunidad resucitada en salida:
Perspectivas de camino para la UCSH
Anclados en la esperanza, peregrinos con los jóvenes
[1] El presente boletín VIDE, nos invita –como comunidad UCSH– a una reflexión profunda y comprometida en nuestro contexto universitario sobre el pasaje bíblico de Juan 20,19-20, donde Jesús Resucitado se aparece a sus discípulos, ofreciéndoles la paz y mostrando las heridas de su crucifixión. A través de una hermenéutica teológico-pastoral, esta meditación busca llevar su mensaje a la vida personal y comunitaria en nuestro tiempo. Analizaremos los signos y gestos presentes en el texto —las puertas cerradas, el temor, la paz del Resucitado y las heridas de Cristo— como puertas de acceso a una conversión laboral, académica, pastoral y universitaria. Esta reflexión nos desafía a discernir la realidad desde la Palabra de Dios, promoviendo una transformación interior y social que responda a los signos de los tiempos y al llamado de una Iglesia y comunidad universitaria en salida, comprometida con la dignidad de las personas y la construcción de un cultura de justicia, paz y misericordia. ¿Cómo podemos, desde nuestras aulas, oficinas y espacios de encuentro, vivir esta conversión como comunidad universitaria UCSH?
I. EL TEXTO BÍBLICO QUE NOS INTERPELA
[2] Juan 20,19-20
19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con ustedes.” 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
II. HERMENÉUTICA
TEOLÓGICO-PASTORAL
[3] Con esta conceptualización queremos indicar que nuestra reflexión e interpretación bíblica tiene la finalidad de llevar el mensaje de la Palabra de Dios a la vida de la comunidad universitaria y de la propia experiencia personal en las circunstancias históricas que estamos viviendo. Para ello, transitaremos a través de un análisis sobre los signos y gestos que aparecen en el relato bíblico, entre ellos:
Las puertas cerradas
El temor
La paz
Las heridas
[4] Espero que este itinerario de contenidos nos ayude a la reflexividad personal y comunitaria que interpela nuestras acciones y nos hace tomar decisiones en pos del bien común. Tomo este concepto de la “reflexividad”, que es propio de las Ciencias Sociales, para indicar un estado de meditación permanente sobre las relaciones cambiantes de la sociedad. Se trata de buscar algo objetivo en medio de un mundo cambiante. Esto, de forma práctica, quiere decir que les invito a una “conversación interior y comunitaria” que nos ayude a observar la realidad, desde la palabra de Dios, para generar una conversión personal y universitaria que nos permita un cambio social (Garro-Gil, 2017). ¿Qué espacios en nuestra universidad podríamos abrir para fomentar esta conversación interior y comunitaria que nos acerque al cambio social?
2.1. Las puertas cerradas
[5] La puerta simboliza el lugar de paso entre dos dimensiones o estados (Chevalier & Gheerbrant, 2000); en el caso de los discípulos, entre una realidad adversa y entre lo que parece ser un refugio comunitario. La puerta, separa a los que están dentro y los que están fuera.
[6] El relato bíblico nos muestra, además, la realidad de una comunidad que está experimentando un proceso de duelo; dicho de otra forma, al parecer, la muerte de Jesús los ha replegado sobre sí mismos. Están, por así decirlo, “digiriendo” los últimos acontecimientos, meditando el rol que cada cual jugó y, quizás, ponderando las propias expectativas que tenían en torno a Jesús, el crucificado.
[7] La alusión a la puerta marca, también, una realidad psicoespiritual. Tienen que dar un paso personal y comunitario que les ayude a estar en contacto con ese mundo que se experimenta como adverso y como testigo de un fracaso mesiánico porque Cristo, quien se les presentó como la “puerta del redil”, de acceso a Dios cuando señaló: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10, 7-9) ya no está, está muerto.
[8] Al mirar el antiguo Testamento, encontramos que, la alusión a las “puertas cerradas”, tiene estrecha relación con el paso del ángel exterminador en la última plaga que se extiende sobre Egipto antes del éxodo a la tierra prometida. Dice el relato bíblico: “Tomen un manojo de hisopo, mójenlo en la sangre del recipiente y unten el dintel y las dos jambas con la sangre del recipiente; y ninguno de ustedes saldrá por la puerta de su casa hasta la mañana” (Ex 12, 22). En este escenario, el mandato de no salir en la noche por la puerta o de permanecer dentro de la casa y, de esperar hasta la mañana, adquieren connotaciones salvíficas. El pueblo judío debe esperar “hasta la mañana” para ser liberado y para no sufrir las consecuencias de la muerte de los primogénitos. De la misma manera, el acontecimiento pascual “en la mañana”, significará para ese pequeño grupo de discípulos que están “con las puertas cerradas” un nuevo éxodo en el que el primogénito muerto ya no es un egipcio, sino el mismo Hijo de Dios, que también es uno de su pueblo. Ya no deberán caminar a la tierra prometida de Canaán; ahora deberán transitar por las enseñanzas y promesas del Maestro, que son la tierra prometida que se ofrece, ahora, a todo el mundo y también a nuestra comunidad universitaria.
[9] Por ello, la dificultad no es tanto que estén con la puerta cerrada —detalle que también se menciona en la aparición que acontece ocho días después y que se encuentra en Jn 20,26—, sino más bien, que deben realizar un camino pascual por Cristo que es “puerta de las ovejas”. Por ello, ya no serán liberados de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud de su propio pecado, de la fe inmadura y del miedo a comunicar que Jesús ha Resucitado. Esto último, será un “proceso pascual”; es decir, la comunidad de discípulos deberá comprender que, el éxodo pascual que ha inaugurado el Resucitado, les exige una profunda conversión de vida. Les exige entrar en una dinámica pentecostal, en una efusión pneumática que los llevará a la parresia y al martirio. Es decir, sólo con la fuerza del Espíritu, podrán abrir las puertas al anuncio del Evangelio.
[10] Lo anterior, nos invita a mirar nuestra vida cristiana, nuestra vida personal y universitaria como un proceso de éxodo constante. La tierra prometida es “Cristo-puerta” de las ovejas, de la Iglesia. Debemos pasar por “Cristo-puerta” para poder salir del encierro comunitario o de una vida personal, estudiantil, laboral o académica que es autorreferencial. Recordemos aquí, todo lo que ha señalado, por ejemplo, el Papa Francisco (2021) sobre una “Iglesia en salida”, una Iglesia que no se encierra en sí misma o que no encierra el don del Espíritu, el carisma y pedagogía salesiana para no convertirse en pieza de museo:
¿El carisma es una reliquia? No, es una realidad viva, no una reliquia embalsamada. Es vida que crea y avanza, no una pieza de museo. Así que la gran responsabilidad es colaborar con la creatividad del Espíritu Santo, para revisar el carisma y asegurar que exprese su vitalidad en el día de hoy. De ahí surge la verdadera “juventud”, porque el Espíritu hace nuevas todas las cosas. (Francisco, 2021)
[11] De forma práctica, pensemos, además, en las propias habitaciones, casas u oficinas que, en más de una ocasión, se convierten en un refugio para no “salir o participar” de la vida familiar, social, comunitaria o universitaria. Miremos, también, nuestra propia actitud relacional frente a las demás personas. En ese contexto, situemos, por ejemplo, la indiferencia que es un encierro fatal, una estructura egoísta que levanta muchos muros, cierra ventanas y obstruye puertas para que no entre el Espíritu de comunión y participación. Pensemos, además, en “las puertas cerradas” que, cada cual ha sostenido en la vida y que han mermado la vida relacional y el bien común; hoy, con la Resurrección de Cristo necesitan ser abiertas en un proceso pascual. Profundicemos, de igual forma, en las veces en que nos negamos a escuchar el contexto social actual, a las personas, a los “signos de los tiempos”, a Dios que nos interpela en las personas, en los procesos históricos, sociales y eclesial; pensemos en las situaciones en las que preferimos quedarnos en la comodidad de nuestros propios encierros. ¿Qué puertas cerradas en nuestra vida académica o laboral nos impiden participar activamente en la misión de la UCSH? ¿Cómo podemos, desde nuestras disciplinas o roles, abrir estas puertas para responder al llamado de una universidad en salida?
2.2. El temor a la violencia
[12] Sabemos que, después de la muerte de Jesús, la comunidad de los discípulos se encontraba en una situación particular. Estaban con las “puertas cerradas por temor”. El tema del “φόβος” (fobos, fobia) es un tema transversal a todo el corpus juánico (los escritos de la comunidad del apóstol Juan) and toda la reflexión de la Iglesia Primitiva. Refleja una realidad que el evangelista ya ha expresado en capítulos anteriores. Por ejemplo, cuando Jesús estaba predicando en la fiesta de las Tiendas: “Pero nadie hablaba de él en público por miedo a los judíos.” y, ante el “signo” de la curación del ciego de nacimiento cuando sus padres esquivan la pregunta que les hacen los judíos: “Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías”. Es decir, nos encontramos ante una comunidad que ha sido excluida por seguir a Jesús and que, tras su muerte, experimenta con mayor fuerza ese “ostracismo”.
[13] Seguir a Jesús, quien era considerado como un “blasfemo” (Jn 10, 36) traía como consecuencia ser “excluido” de la sinagoga. Recordemos, por ejemplo, lo que señala el mismo evangelista Juan frente a la actitud de los fariseos ante al acontecimiento de Jesús: “Sin embargo, aun entre los magistrados, muchos creyeron en él; pero, por los fariseos, no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga, porque prefirieron la gloria de los hombres a la gloria de Dios” (Jn 12, 42-43). De forma más precisa, el evangelista Juan refiere esta situación sobre José de Arimatea que decide sepultar el cuerpo de Jesús tras la crucifixión: “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús” (Jn 20, 19).
[14] En la primera comunidad cristiana, el tema del temor a grupos de poder será un realidad que irá adquiriendo diversos matices y que pondrá, por así decirlo, en jaque la cuestión de la unidad de la comunidad cristiana. Recordemos aquí, por ejemplo, lo que testimonia la carta a los Gálatas. En ella, Pablo enfrenta a Pedro por la discriminación que este termina haciendo con los cristianos de origen no judío. Esto sucede a causa de la presión que, el grupo de los “judaizantes”, ejercía en la naciente Iglesia. Señala Pablo: “Pues antes que llegaran algunos de parte de Santiago [Pedro] comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, empezó a evitarlos y apartarse de ellos por miedo a los circuncisos. Y los demás judíos disimularon como él, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado a la simulación”. Con esto, referimos que el temor de la comunidad de discípulos con el Cristo prepascual y con las tensiones de sus coetáneos de religión, no será un tema resuelto con la aparición del Resucitado, sino más bien, un problema a enfrentar con la fuerza del Resucitado.
[15] En la perspectiva del temor y de los miedos, el sociólogo alemán Heinz Bude (2017) plantea que una de las características transversales de las relaciones humanas en la actualidad es el miedo:
Un importante concepto de experiencia de la sociedad actual es el concepto de miedo. Aquí, «miedo» es un concepto que recoge lo que la gente siente, lo que es importante para ella, lo que ella espera y lo que la lleva a la desesperación. En los conceptos de miedo se ve claramente hacia dónde se desarrolla la sociedad, en qué prenden los conflictos, cuándo ciertos grupos han claudicado en su interior y cómo se propagan de pronto ánimos generales apocalípticos y sentimientos de amargura. El miedo nos enseña qué es lo que nos está sucediendo. Hoy, una sociología que quiera comprender su sociedad tiene que dirigir su mirada a la sociedad del miedo. (p.6)
[16] En la comunidad universitaria los miedos reflejan la realidad chilena actual y son diversos. Por ejemplo, las y los estudiantes pueden enfrentar una intensa presión académica para cumplir con las exigencias de un sistema educativo riguroso, junto con la incertidumbre de un futuro laboral incierto en un mercado competitivo y precario. Se pueden desarrollar temores a no cumplir con las demandas de sus carreras, no “dar la talla” o no encontrar un empleo que les permita apoyar el bienestar familiar. Además, en un contexto de polarización y desconfianza social, surgen otros temores: la precarización de la salud, la inestabilidad laboral, la discriminación por origen social o étnico, la discriminación de género y la sensación de no estar a la altura de sus propias circunstancias o desafíos.
[17] Quiéne participamos de la comunidad UCSH no estanos exentos de estos y otros miedos. Por ejemplo, temores ligados a las relaciones intrafamiliares, a la salud propia, a la estabilidad laboral o la presión por innovar pedagógicamente en un sistema educativo en constante cambio pueden llevarnos a una actitud de cautela o retraimiento. Vivimos, además, en una sociedad de permanente exclusión en donde los esfuerzos por la inclusión basados en una ética de la hospitalidad, muchas veces se ven mermados por la falta de voluntad gubernamental y, otras tantas veces, por políticas públicas pensadas desde un escritorio que no consideran los costos de implementación de aquello que se vende como exitoso pero que no es más que una quimera. Pensemos además, en los desafíos que nos señala Adela Cortina (2017):
Sin duda, existen la xenofobia y el racismo, el recelo frente al extranjero, frente a las personas de otra raza, etnia y cultura, la prevención frente al diferente. Por desgracia, su realidad está más que comprobada con datos. Como existen la misoginia, la cristianofobia, la islamofobia o la homofobia. Aunque algunas gentes se quejen de que en la vida corriente hablamos en exceso de fobias, lo bien cierto es que, por desgracia, existen, son patologías sociales y precisan diagnóstico y terapia. Porque acabar con estas fobias es una exigencia del respeto, no a «la dignidad humana», que es una abstracción sin rostro visible, sino a las personas concretas, que son las que tienen dignidad, y no un simple precio.
[18] La pedagogía salesiana, con su énfasis en el cuidado y la amabilidad, ofrece un camino para superar estos temores porque promueve una ética del encuentro, de la casa que coge, del patio para hacer amigos, de la escuela que educa al bien común y de la comunidad que testimonia la fe, porque, precisamente, se deja interpelar por el rostro de la otra persona (Dicasterio para la Pastoral Juvenil Salesiana, 2014). Por ello, crear espacios de confianza, donde estudiantes y trabajadores puedan compartir sus inquietudes sin temor al juicio, es esencial. La Resurrección de Cristo nos recuerda que el amor pleno expulsa el temor (1 Jn 4,18). En un país marcado por la violencia estructural y las heridas del pasado, la UCSH tiene la oportunidad de ser un faro de reconciliación, fomentando la valentía para testimoniar la fe y el compromiso con el bien común. ¿Qué temores enfrentamos como comunidad universitaria a la hora de formar profesionales desde el humanismo cristiano y la perspectiva de los derechos humanos? ¿Cómo podemos cultivar un ambiente de confianza, de pedagogía salesiana y diálogo en la UCSH para superar estos temores?
[19] A raíz de lo anterior, pensemos en los propios miedos personales, sociales y de la comunidad universitaria que nos impiden estar en “éxodo pascual” permanente. Permitámonos mirarlos con detención con el fin de saber qué es lo que nos está sucediendo y qué es lo que podría acontecer si es que no se enfrentan o pasan por alto. Sabemos, desde nuestra experiencia que, aquellos miedos que no se enfrentan o que, por lo menos no se reconocen, tarde o temprano nos desbordan generando estados de ansiedad y de parálisis existencial. La vocación bautismal, aunque sostenida siempre por la gracia de Dios, es consciente de que la gracia de Dios no actúa nunca en contra de lo humano; antes bien, actúa en lo humano y necesita de lo humano. Recordemos aquí lo que señala el Papa Francisco (2018) en Gaudete et exultate en el Nº 50:
En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento. La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhombres de golpe. Pretenderlo sería confiar demasiado en nosotros mismos. En este caso, detrás de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder a lo que afirmamos sobre la necesidad de la gracia, y en los hechos terminamos confiando poco en ella. Porque si no advertimos nuestra realidad concreta y limitada, tampoco podremos ver los pasos reales y posibles que el Señor nos pide en cada momento, después de habernos capacitado y cautivado con su don. La gracia actúa históricamente y, de ordinario, nos toma y transforma de una forma progresiva. Por ello, si rechazamos esta manera histórica y progresiva, de hecho, podemos llegar a negarla y bloquearla, aunque la exaltemos con nuestras palabras.
[20] En una sociedad que, muchas veces no reconoce sus defectos, sus límites, que se alimenta de grupos que viven en una permanente cancelación, de indignación colectiva, de escarnio público amplificado por el internet, las redes sociales o fake news (Rizzacasa d’Orsogna, 2023) estamos llamados a construir puentes de diálogo que nos permitan buscar soluciones a corto, mediano y largo plazo con el fin de ayudar a que el entramado social se fortalezca en el respeto hacia las personas ¿Qué hacemos? ¿Cómo testimoniamos nuestra fe en espacios de intolerancia o de merma al respeto de las personas? ¿Nos encerramos, huimos, buscamos oportunidades, claudicamos?
2.3. La paz del Resucitado
[21] Señala Rossano et al. (1990) que en la palabra bíblica “paz” se pueden apreciar los significados que las culturas: hebrea, griega y latina fueron otorgando al concepto. Estos significados quedaron consignados en las distintas traducciones del texto sagrado. Así, su significado puede hacer referencia a: “la totalidad íntegra del bienestar objetivo y subjetivo (שָׁלוֹם shalom), la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra (ειρήνη eirēnē) y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados (pax romana). En definitiva, se trata de un estado de bienestar y de bendición divina.
[22] La paz que ofrece el Resucitado no es la que da el mundo (cfr. Jn 14, 27) y que se caracteriza por ser frágil, momentánea o de acuerdos. La paz que ofrece Jesús es el resultado de una victoria sobre la muerte, de una victoria sobre el pecado; es, por tanto, el cumplimiento de una promesa que se hace efectiva en quien es “Príncipe de Paz” (cfr. Is 9,5) y es el camino de la paz (cfr. Lc 1,79).
[23] La paz que ofrece Jesús a sus discípulos que, como hemos visto están reunidos a “puertas cerradas”, es una paz mesiánica, total y final. Después de la Pascua, después de la Resurrección no puede haber otra paz. La muerte de Cristo ha saldado la deuda del pecado y ha reconciliado a Dios con la humanidad. Es decir, es la paz del perdón que entrega el Resucitado a la humanidad y de la que pueden disfrutar aquellos que deciden “pasar” por Él, que es la Puerta.
[24] En el texto bíblico que estamos reflexionando, Jesús en dos ocasiones ofrece la paz a sus discípulos diciendo: “¡La paz esté con ustedes!” (Jn 20, 19) y será la nota distintiva de las apariciones del resucitado que han quedado consignadas en los escritos lucanos y juánicos (cfr. Lc 24, 36; Jn 14, 27). Se trata de una paz que el Resucitado entrega a la comunidad y que debe ser buscada sólo en Él porque en el mundo habrá dificultades: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Recibir la paz del Resucitado como don pascual, es también una tarea característica de quiénes son reconocidos como hijas e hijos de Dios en el camino de las bienaventuranzas que indica: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
[25] Esta experiencia de la paz del Resucitado se fue transformando en saludo epistolar (cfr. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 3; Gál 1, 3; Ef 1, 2; Flp 1, 2; Col 3, 15; 1Pe 3,11; 3Jn, 1:15) y también litúrgico. Frente a eso último, recordemos aquí la carta circular del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del año 2014 sobre el rito de la paz en la Eucaristía:
se exhorta a los Obispos y, bajo su guía, a los sacerdotes a considerar y profundizar el significado espiritual del rito de la paz, tanto en la celebración de la Santa Misa como en la propia formación litúrgica y espiritual o en la oportuna catequesis a los fieles. Cristo en nuestra paz, la paz divina, anunciada por los profetas y por los ángeles, y que Él ha traído al mundo con su misterio pascual. Esta paz del Señor Resucitado es invocada, anunciada y difundida en la celebración, también a través de un gesto humano elevado al ámbito sagrado.
[26] Darse la paz del resucitado en la Misa constituye un “gesto humano elevado al ámbito sagrado”; es decir, es un gesto cultual que merece ser entregado con el significado que conlleva: es la paz de Cristo Resucitado entregada “en nuestro tiempo, tan lleno de conflictos”. Por tanto:
este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana (Benedicto XVI, 2015. Nº 49)
[27] La paz que ofrece Jesús, la paz que ofrecemos en nombre de Jesús es un don y una tarea que nos compromete a ser personas de paz, ministros de paz, constructores de esa paz definitiva y total que ha sido regalada por Cristo en su Resurrección. Entregar la paz, nos exige, como correlato psicoespiritual, tener una conciencia tranquila, una amistad con Dios que se refuerza en el sacramento de la Reconciliación y que se prolonga en nuestro actuar. En la tradición salesiana, el diálogo, la amabilidad y el ambiente de familia se encuentran, en el horizonte del compromiso por la paz, como frutos específicos y concretos de la paz pascual. Frente a esta concreción, es triste el ver a personas que, por diversas razones de inmadurez afectiva, espiritual u otras situaciones complejas, entre otras, por cada lugar que pasan van generando grupos en torno a sí mismos, generando alboroto, “escándalo” y atentando contra la dignidad de las personas y esa paz que se regala a la comunidad.
[28] Como personas creyentes y parte de una comunidad universitaria que tiene el sello identitario católico y salesiano, tenemos también, una enorme responsabilidad con la paz social (Francisco, 2020):
La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse». Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz». Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
[29] Esa paz que se construye como una artesanía y que se caracteriza por su fragilidad. ¿Cómo trabajamos por ella? ¿Cómo nos educamos y educamos para la paz? ¿Cómo ayudamos a que las generaciones presentes que se educan en nuestras aulas, patios y espacios universitarios crean y promuevan procesos de encuentro para una cultura para la paz social? ¿De qué manera podemos promover la paz del Resucitado en nuestras interacciones diarias dentro de la UCSH? ¿Cómo podemos integrar el diálogo y la amabilidad salesiana en nuestras prácticas académicas y administrativas para construir una cultura de paz?
2.4. Las heridas del Resucitado
[30] Una de las escenas que, quizás, más nos puede conmover en el texto bíblico que estamos profundizando, es que Jesús Resucitado —que se aparece en medio de la comunidad, que está situado como puerta de salvación y como don de la paz—, presenta las marcas de la crucifixión en sus manos y en su costado. Recordemos, que el mismo relato juánico nos ha transmitido que: “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34). Son, además, esas mismas heridas de las que Tomás pide ser testigo cuando señala “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25). Son, también, esas mismas heridas que el Resucitado presenta a Tomás diciendo: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20, 27).
[31] La escena bíblica, nos presenta a Jesús Resucitado que presenta las heridas como prueba de que el crucificado es el resucitado. Es esto, lo que señala Pedro cuando escribe a los “extranjeros en la dispersión”: “El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; 23 el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados” (1 P 2, 22-24). Las heridas de Cristo han curado las heridas de nuestro pecado. Dicho de otra forma y, en consonancia con lo que hemos venido reflexionando, las heridas de Cristo han sanado nuestra humanidad caída para que pudiésemos tener paz. Las señales de los clavos y de la lanza han sido transfigurados con la resurrección que no elimina la pasión, sino que la asume (Quesnel & Gruson, 2002). Esto es lo que transmitieron teólogos como Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon y, finalmente, Atanasio cuando indica que “lo que no es asumido, no es redimido” para afirmar, en contra de los arrianos, que Jesús, Hijo de Dios y Dios como el Padre y Espíritu Santo, asumió nuestra naturaleza humana para salvarnos (Meis, 2013).
[32] En las marcas del Resucitado, podemos encontrar, como proceso psicoespiritual, un espacio, un refugio; pero, sobre todo, una puerta para vivir con radicalidad nuestro bautismo. Recordemos que la comunidad eclesial ha visto en el costado abierto de Cristo, del que brota sangre y agua (cfr. Jn 19,33-34) el nacimiento de la Iglesia por el bautismo y la Eucaristía (Casasnovas, 2005). Esto nos desafía, necesariamente, a pasar “por el agua, por la sangre y el Espíritu del Resucitado” nuestras propias heridas para que sean curadas. Pensemos en tantas personas que, en nuestra familia, barrio o comunidad universitaria necesitan ser “sanadas” y “salvadas” en distintas dimensiones, facetas o experiencias de su vida. Pensemos en cuántas personas que han sido víctimas de violencia necesitan reemprender un camino de confianza, de curación de las relaciones humanas o de resignificación de los vínculos (Castanyer et al., 2009). Recordemos como la pedagogía salesiana es una pedagogía del cuidado y de la bondad que son actuales en nuestro tiempo y contextos.
[33] En línea con lo anterior, por eso en al acompañamiento psicoespiritual y salesiano se habla mucho de vivir la experiencia de caminar junto a otras personas como “sanadores heridos” (Bermejo, 2007). Es decir, para poder acompañar a otras personas, se requiere haber hecho la experiencia de recibir la paz de Cristo Resucitado cuando el miedo o el pecado nos ha hecho cerrar las puertas a la gracia. Se requiere haber hecho experiencia de contemplar y, también, palpar las marcas de Cristo Resucitado. El herido que ha sido sanado puede empatizar con las heridas del mundo, puede convertirse en un “hospital de campaña”, una “casa que acoge” en un lugar de misericordia (Madrigal, 2017). Al mostrar sus heridas, Jesús Resucitado “nos revela que no promete eliminar la cruz ni de la vida del cristiano ni de la historia del mundo” (Recondo, 2019, p. 125). Nos señala que Él ha vencido al mundo, que Él ha vencido a la muerte y que debemos permanecer en su amor. Por eso nos señala: “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9). Las marcas que muestra son la consecuencia de ese amor, son la expresión de nuestra vocación al amor. Pensemos en cómo nos hemos relacionado con el dolor, en qué heridas nos duelen todavía y qué medios nos ofrece el Señor Resucitado para “permanecer en su amor”. ¿Cómo podemos, desde la UCSH, acompañar a estudiantes y colegas en sus heridas personales y sociales para que encuentren la paz del Resucitado? ¿Qué iniciativas concretas podríamos implementar en nuestra universidad para ser un “hospital de campaña”, una “casa que acoge” que refleje el cuidado salesiano?
Conclusiones
El pasaje de Juan 20,19-20, analizado desde una hermenéutica teológico-pastoral, nos interpela como comunidad universitaria UCSH a vivir un proceso pascual de conversión personal y colectiva. Los signos del texto —las puertas cerradas, el temor, la paz del Resucitado y sus heridas— nos invitan a superar los encierros autorreferenciales, los miedos que paralizan y las heridas que nos dividen, para abrazar la paz de Cristo como don y tarea. Esta reflexión nos desafía a abrir espacios de diálogo, confianza y encuentro en nuestras aulas, oficinas y patios, inspirados en la pedagogía salesiana del cuidado y la amabilidad. Como universidad católica y salesiana, estamos llamados a ser un “hospital de campaña” y una “casa que acoge”, promoviendo una cultura de paz, justicia y misericordia que responda a los signos de los tiempos. Desde nuestras disciplinas y roles, podemos cultivar una comunidad en salida, comprometida con la dignidad de las personas y el bien común, testimoniando la fe en un mundo herido y en constante cambio. ¿Cómo asumiremos este llamado a construir una UCSH que sea faro de reconciliación y esperanza?
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