BOLETÍN VIDE Nº 2

Semana  Santa
Sábado 12 de abril de 2025

Las celebraciones litúrgicas de Semana Santa

La Semana Santa es el corazón del año litúrgico, un tiempo sagrado en el que la Iglesia revive los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Como nos invita el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia (DPPL), “durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén” (Culto Divino, 2002, n. 138). Este período, conocido como la “Semana Mayor”, no es un simple recuerdo histórico, sino una actualización litúrgica del misterio pascual que invita a los fieles a participar activamente en el amor redentor de Jesús. 

A través de esta reflexión, exploraremos qué celebramos en la Semana Santa, los signos distintivos del Domingo de Ramos y del Triduo Pascual, y cómo estas celebraciones nos llaman a caminar junto a Cristo, no como meros espectadores, sino como discípulos misioneros comprometidos.


¿Qué celebramos en la Semana Santa?

La Semana Santa conmemora los eventos culminantes de la vida de Jesús: su entrada triunfal en Jerusalén, la Última Cena, su pasión, muerte y resurrección. Según Deretti (2019), “teológica e históricamente, todo el año litúrgico surgió y se desarrolló a partir de la acción pascual y redentora de Cristo y de su celebración” (p. 12). Este período nos sumerge en el núcleo del misterio pascual, que es “el dato primordial de nuestra fe y el centro vital de todas las celebraciones litúrgicas cristianas” (Deretti, 2019, p. 12). Cada día de la Semana Santa nos invita a revivir un aspecto del camino de Cristo hacia la cruz y la gloria de la resurrección, desde la aclamación festiva del Domingo de Ramos hasta el silencio contemplativo del Sábado Santo.

La Semana Santa no es solo una conmemoración, sino una experiencia viva que transforma. Como comunidad discipular y universitaria, estamos llamados a acompañar a Jesús, abriendo nuestro corazón al misterio del amor de Dios que redime y renueva. Imaginemos una escena en las calles de una ciudad o incluso nuestros propios patios universitarios durante estos días: personas de todas las edades caminan con ramos, rezan en silencio o reflexionan sobre el sentido de estas celebraciones. Un jovena se acerca y nos interpela: “Estos días no son para descansar, sino para encontrarte con Jesús. Él dio todo por ti. ¿Qué vas a hacer tú durante esta semana?”. Esta pregunta resuena como una invitación a responder con nuestra vida, participando activamente en las liturgias y dejando que los episodios bíblicos de la vida de Jesús nos transformen, nos conviertan y nos envíen a construir un mejor mundo, una mejor sociedad, un mejor espacio universitario. 


¿Qué signos tiene y a qué nos invita
el Domingo de Ramos?

El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado como rey y Mesías. El Evangelio de Marcos (11, 1-10) describe cómo la multitud agitaba ramas y proclamaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Los signos principales de este día son las palmas y los ramos de olivo, que los fieles llevan en procesión para recrear esta bienvenida festiva. El Directorio destaca que “la procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular” (Culto Divino, 2002, n. 139), pero advierte que las palmas no deben ser consideradas amuletos, sino un testimonio de fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.

La liturgia del Domingo de Ramos, con sus ornamentos rojos, combina la alegría inicial con el anuncio de la pasión, proclamada en el Evangelio de Marcos (Mc 14, 1-15,47). Deretti (2019) subraya que “la liturgia de este día refleja el contraste entre la aclamación y el sufrimiento, invitando a los fieles a reflexionar sobre su compromiso con Cristo” (p. 16). Este contraste nos desafía a preguntarnos: ¿acogemos a Jesús sólo en los momentos de triunfo o también en los de sacrificio? Deretti (2019) añade que el Domingo de Ramos nos invita a “reconocer a Jesús como rey humilde, que no llega con poder mundano, sino con amor y servicio” (p. 10). Ciertamente, esta actitud de Jesús interpela nuestras propias búsquedas cotidianas y nuestros propios anhelos existenciales: ¿Nos movemos por el servicio o por el poder que nos puede dar el servicio?

Las palmas que llevamos son un signo de nuestra disposición a seguir a Cristo en todo momento. Pensemos en alguien que participa por primera vez en esta procesión. Al principio, lleva su ramo por tradición, pero al escuchar el Evangelio y ver a la comunidad unida, siente un cambio interior. Una anciana le susurra: “Este ramo no es solo una rama; es tu promesa de seguir a Jesús, pase lo que pase”. Esa noche, guarda el ramo en su cuarto, no como un adorno, sino como un recordatorio de su compromiso con Cristo. Este gesto simboliza la invitación a permanecer fieles, incluso cuando la fe se pone a prueba, como señala Deretti (2019): “El ramo es un signo de alianza con el rey que entrega su vida por nosotros” (p. 17).


¿Qué signos tiene y a qué nos invita
el Triduo Pascual?

El Triduo Pascual, que abarca el Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y culmina en la Vigilia Pascual, es el núcleo de la Semana Santa y del año litúrgico. Deretti (2019) lo describe como “el momento culminante en el que la Iglesia revive la pasión, muerte y resurrección de Cristo como un único evento salvífico” (p. 31). Cada día del Triduo tiene signos específicos que nos sumergen en el misterio de nuestra fe.


Jueves Santo

El Jueves Santo conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Los signos principales de la Misa de la Cena del Señor son el lavatorio de los pies, que recrea el gesto de servicio de Jesús (Jn 13, 1-15), y la reserva del Santísimo Sacramento, que invita a la adoración silenciosa. El Directorio aclara que esta reserva no debe confundirse con un “santo sepulcro”, sino que es una oportunidad para contemplar el misterio eucarístico (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 2002, n. 141). La liturgia, con ornamentos blancos y el canto del Gloria, refleja la solemnidad de esta noche que inicia el Triduo.

Deretti (2019) enfatiza que “el lavatorio de los pies no es solo un rito litúrgico, sino una llamada a vivir el mandamiento del amor y el servicio” (p. 39). Este gesto nos recuerda que la Eucaristía nos compromete a ser “pan partido” para los demás. Deretti (2019) añade que “la reserva del Santísimo nos invita a prolongar la adoración de Cristo, que se entrega como alimento eterno” (p. 39). Imaginemos una comunidad donde, tras el lavatorio, los fieles se comprometen a realizar actos de caridad, como visitar a los enfermos o ayudar a los necesitados, prolongando así el espíritu eucarístico en la vida diaria. ¿Cómo podemos prolongar el “lavatorio de pies” en nuestra propia vida y en nuestras acciones cotidianas? ¿Cómo podemos ser Eucaristía para las demás personas, para nuestra vida social?


Viernes Santo

El Viernes Santo está centrado en la adoración de la cruz, que recuerda la muerte salvadora de Cristo (Jn 19, 17-35). Los signos incluyen el silencio litúrgico, los ornamentos rojos, la proclamación de la Pasión y el beso a la cruz que se realiza en la Liturgia de la Pasión de ese día. El Directorio destaca que prácticas como la procesión del “Cristo muerto” o el Vía Crucis, aunque valiosas, no deben sustituir la liturgia oficial (Culto Divino, 2002, n. 143). El ayuno y la abstinencia refuerzan el carácter penitencial de este día.

Deretti (2019) señala que “el Viernes Santo nos invita a contemplar la cruz como el signo supremo del amor de Dios, que transforma el sufrimiento en redención” (p. 42). Además, subraya que “la adoración de la cruz (que es Cristo Crucificado) no es un acto de tristeza, sino de esperanza, pues en ella se consuma la victoria de Cristo” (p. 37). Este día nos llama a unirnos a los sufrimientos de Jesús, resistiendo la tentación de un consumismo turístico que puede “consumir” el sentido meditativo de esta jornada. En un mundo que nos empuja a seguir trabajando o consumiendo, el Viernes Santo es un espacio para el silencio, la oración y la revisión de vida.


Sábado Santo

El Sábado Santo es un día de silencio y espera, sin celebraciones eucarísticas, en el que la Iglesia medita junto al sepulcro de Cristo. El Directorio presenta a María como imagen de la Iglesia que aguarda la resurrección (Culto Divino, 2002, n. 147). El Evangelio de Lucas (Lc 23, 50-56) muestra a José de Arimatea y las mujeres —quizás María Magdalena y María la madre de José (cfr. Mc 15, 47)— preparando el cuerpo de Jesús, un signo de cuidado y esperanza. Deretti (2019) describe este día como “un tiempo de contemplación que nos prepara para la alegría de la resurrección” (p. 47). Añade, además, que “el Sábado Santo nos invita a confiar en la promesa de Dios, incluso en medio de la aparente derrota” (p. 37). Es un día para retiros espirituales, oración personal o comunitaria, y para reflexionar sobre las áreas de nuestra vida que necesitan renovación. Preguntémonos: ¿Qué actitudes o pecados quiero dejar en el sepulcro? ¿Cómo puedo esperar activamente la resurrección? Este silencio nos prepara para el gozo de la Vigilia Pascual.


Vigilia Pascual

Aunque técnicamente pertenece al Domingo de Resurrección, la Vigilia Pascual corona el Triduo Pascual. Sus signos principales son el fuego nuevo, el Cirio Pascual, el agua bautismal y el Aleluya, que resuena tras el silencio cuaresmal. El Evangelio de Marcos (Mc 16, 1-7) proclama la victoria de Cristo sobre la muerte. Deretti (2019) afirma que “la Vigilia Pascual es la celebración más importante del año litúrgico, pues en ella renovamos nuestra identidad como pueblo bautizado” (p. 56). Además, destaca que “la luz del Cirio Pascual simboliza a Cristo resucitado, que ilumina las tinieblas del mundo” (p. 62).

Esta celebración nos invita a vivir como resucitados, renovando nuestras promesas bautismales y llevando la alegría pascual al mundo. Imaginemos una comunidad reunida en la oscuridad, cuando el fuego del Cirio Pascual ilumina el templo. Una persona, tras un Sábado Santo de oración, siente que esta luz llega a su corazón. Al renovar su bautismo, decide compartir su fe con sus amistades, llevando un mensaje de esperanza. Como señala Deretti (2019), “la Vigilia nos impulsa a ser testigos de la resurrección en un mundo que anhela vida nueva” (p. 58).


Conclusión

La Semana Santa es un camino de encuentro con Jesús que nos lleva desde la alegría del Domingo de Ramos hasta la gloria de la resurrección. Sus signos —los ramos, el lavatorio, la cruz, el silencio, el fuego— nos sumergen en el misterio pascual, invitándonos a participar con fe y compromiso. Deretti (2019) nos recuerda que “si estas celebraciones transforman a alguien para celebrar mejor, su objetivo principal se ha cumplido” (p. 6). Que estos días nos conviertan en testigos valientes del amor de Cristo, llevando su luz a un mundo que la necesita de forma urgente.


Referencias